La fotografía no es mía, y el texto tampoco. Tan solo me sumo a compartir ambos tras ver que una amiga de la autora lo ha realizado a petición suya. Leí hace unos días el texto original de la madre y hoy lo he leído en este blog Llegó y se fué.
Aunque no nos conocemos con la mamá de Mai y no soy madre, soy padre de 5 niñ@s, 3 de los cuales habitan entre las estrellas, y creo bueno para muchas personas que esta foto y este texto estén disponibles. Ella lo compartió en facebook, y dado que lo censuraron al aparecer la fotografía de su pecho llorando las lágrimas de leche por la muerte de su hija, he decidido colaborar a que esté visible, a dar visibilidad a l@s bebés que su fueron y a las consecuencias que esto conlleva.
Aquí el texto de la mamá de Mai. Un abrazo bien grande para ella. Gracias por querer compartir vuestra vivencia. Espero que lo sucedido con la censura tan solo haya logrado que llegue a más personas.
Cuando la leche no es blanca
El pasado 3 de marzo mi hija Mai nació muerta. Nadie te prepara para eso. Nadie está preparado. Dentro de la nebulosa del momento, burrocracia, gestiones, decisiones y recuerdos, alguien te ofrece pastillas para cortar la leche. Alguien te dice que puedes esperar. Y en ese momento caes en que tu cuerpo, tu cuerpo de madre, parida la placenta, producirá leche en unos días. Y te cagas en la Naturaleza. Mi elección fue esperar, quizás para aferrarme a lo que de Mai me quedaba. No me arrepiento, fue una despedida suave y paulatina, pero cada mujer debe tener libertad para escoger la suya. Los profesionales deben informar. No juzgar. Tras la cesárea de urgencia y la muerte, el shock y el dolor físico dejaron paso a una fuerza increíble que me impulsaba a levantarme, a lamerme mi propia herida. Los pechos se me llenaron de leche, tremendos y calientes. Fui mamífera en estado de alerta, buscando a mi cría, esperándola. Por la cesárea tomaba antiinflamatorios, quizás por eso no sentí dolor, solo malestar, no tuve necesidad de extraerme leche ni de aplicarme frío ni hojas de col. Dejé fluir la leche, simplemente, dejé que me mojase despidiendo a mi bebé, dejé que se perdiese. Dejé a mi cuerpo hacer su duelo, llorar su luto, hasta que la leche se marchó. Y con ella la fuerza. La mamífera que por fin tomó conciencia de que su bebé no iba a volver. Mamífera vacía de vientre y pechos muertos. El cuerpo de madre, creador, nutricio, lleno de vida y alimento pasó suavemente a convertirse en silencio, en cementerio.
Siento esa dolorosa perdida. Un saludo
[…] Llegó y se fué […]